sábado, 5 de febrero de 2011

Viajes culinarios

Ayer hice una "inversión", como lo calificó mi ahorrativo marido. Compré un maravilloso rape que pesaba casi 2 kilos. Así que ayer tocó cena de rape, sencillo a la plancha. Y hoy volvíamos con el rape.

Repetir alimento dos días seguidos con niños pequeños es buscar problemas. Con los míos, excepto el arroz, toda repetición implica una disminución del hambre. Así que hoy tenía un reto total. Por un lado soy un desastre con el pescado, me lo como muy bien, pero no se cocinarlo. Por otro lado, tenía que atraer a mis niños.

Estaba dispuesta a llamar a un amigo cocinitas, a ver si me decía qué hacer, cuando he recordado un plato que hace años preparó amantísimo marido. Algún pescado cortado a tacos, patatas, caldoso todo.

Y así, he intentado hacer "eso" que recordaba. Mi recuerdo se limita a mi suegro y amantísimo marido en la cocina, chachareando mientras cocinaban mano a mano, consejo a consejo. Los veía cuando iba a la cocina a buscar agua, coca-cola u otra bebida. Y de la preparación de ese plato también recuerdo cuando mi suegro transportó la enorme olla a la mesa. Muy grande ella. Y que estaba muy rico.

Pues ahora sé que eso era un suquet. Y a lo loco me ha salido un suquet de rape impresionante.

Cuando he ido a probar cómo estaba el plato de sal he tenido un momento de felicidad. No porque estuviese bueno, ni porque estaba en el punto perfecto de sal. La felicidad me la ha dado el viaje que me ha provocado. He vuelto a tener 6 años o por ahí. Estaba en casa de mi amiga, su madre nos daba a probar la sopa de pescado que había hecho. Y ese renacuajo que era yo, que odiaba el pescado por principio, quedaba extasiada con todos los sabores que recogían esa cuchara. Recuerdo mirar dentro de la olla como si fuese un caldero mágico.

Carmen era una cocinera impresionante. Me descubrió el fricandó. Me trastocó con su sopa de pescado. Nos hacía comer lo que tocaba, como todas la madres que conocía yo, pero es que cuando superábamos la cara de alucine (¿criadillas?, ¿sesos?), caíamos en la cuenta de que no teníamos otra opción que comer y nos decidíamos a masticar un trozo, siempre era sorprendente lo que descubríamos. Y siempre acabábamos con todo lo que nos había preparado.

Creo que he tomado más sopas de pescado desde la última vez que probé la suya, pero nunca las he disfrutado. Y hoy he visto la luz. Ese caldito que rodeaba a las patatas y el pescado era un primo lejano del sabor que recordaba. Así que espero tener la paciencia para conseguir un primo más cercano. Y poder conseguir disfrutar de la sopa de pescado otra vez. Tal como reconocía los sabores de esa sopa, reconocía los sabores que faltaban.

No hay foto, porque he decidido que había que comer. Y tras un contundente plato, he repetido. Sólo quedan unas patatas con su caldito. Olga ha disfrutado el pescado y ha dicho que las patatas eran muy buenas, incluso ha querido saber qué tenían que las hacía tan diferentes. Víctor se ha plantado, se ha ido a la cama sin cenar, yo también me planto. Amantísimo marido ha conseguido comerse todo el plato que le he servido, es que es difícil estar a la altura de las porciones de una.

La semana que viene inicio las pruebas para la sopa. Sé que el suquet no lo volveré a preparar en mi vida.

viernes, 14 de enero de 2011

Poner Música en nuestras vidas


Uno de mis "traumas" de infancia era ser despertada el fin de semana a una hora que se me antojaba muy temprana, aunque seguro que no lo era. Dormir es un deporte genial, y cuando eres joven y tienes sueños maravillosos, aún más. A mi me despertaban con los conciertos de música clásica, en estéreo. Por un lado ponían la radio en el estudio de mi padre (pared con pared de mi habitación), y por el otro lado en el salón. La música era maravillosa, pero no quitaba que me sintiera ofendida en lo más profundo de mi ser. 

Mi infancia, niñez y adolescencia está llena de música clásica. Hija de dos melómanos, que no concebían la vida sin música. Luego, llegó mi independencia musical, creo que a los 14-15 años, conseguí ahorrar y comprarme una mini cadena musical, con CD y todo. Seguramente fue un regalo de mis padres y no una inversión de ahorros. La cadena se instaló en el estudio de mi padre, que por aquel entonces ya casi no usaba, ya que prefería oír música en la sala, con la cadena grande. Recuerdo estar sentada oyendo los 3-4 CDs que tenía, todo el rato. Y cantando, desafinando, sin ningún remordimiento. 

Y llegaron los cascos. Mi hermano sufría. Decía que no podía oír una sola vez más el CD de Liza Minelli de Cabaret, o a Phill Collins o Queen o Dire Straits. Y me regalaron unos cascos. Y ahí si, casi consigo que le dé un patatús a mi hermano. Ahora oía lo mismo, todo el rato, pero, sólo y exclusivamente, cantado por su querida hermana, desafinando a pleno pulmón, sin ninguna música que mitigue los gallos. Y los cascos murieron. 

Y ahora, que ya soy capaz de oír música sin cantar todo el rato, exceptuando cuando estoy en el coche, me declaro enamorada, enganchada y totalmente dependiente de este gran invento que es Spotify. 


Permite escuchar mucha, mucha música, pero mucha. Y de todos los gustos. Además sin tener que pagar, eso sí, si no pagas tienes anuncios. Puedes pagar un poco para no tener anuncios y otro poquito más para poder oír la música a través del móvil, aunque esto sólo es válido para algunos móviles.

Además puedes declararte social, y ver lo que escuchan tus amigos. Gran ejercicio, ya que se descubren nuevos mundos. Y puedes crear listas de reproducción, agrupando canciones a tu antojo. Destacar canciones. Una maravilla.

Pero desde hace unos días vivo inquieta. Uno de los anuncios es de una canción de un cantante español, cuyo nombre ahora no me viene a la cabeza, pero cuya letra no deja de torturarme. Es que viene a cantar algo así como que "tus sentimientos visten de Dior y los mios van en chandal". Estoy inquieta, yo, que disfruto con la erótica del "Quizas, Quizas, Quizas" de María Dolores Pradera, del humor de "Bip Bip" de Joe Dassin, la ironía de las letras de Joaquín Sabina, no consigo encontrar la vestimenta a los sentimientos. Y me atacan las dudas. ¿Será que la lírica de las canciones está decayendo? ¿O no será que me hago vieja y ya no entiendo a la juventud? A lo mejor es que mis sentimientos siempre han vestido con el traje del Emperador... Seguramente deba oír la canción entera para poder opinar.

Y como me critican por hacer posts muy largos y sin fotos, pues una foto muy mala...