lunes, 20 de abril de 2009

¡Felices 100 años!



Hip, hip, hurra!!!

Hoy es un gran día, mi abuela cumple 100 años. Se dice rápido, pero se tarda 100 años en llegar.

Para mi es un honor ser nieta de esta mujer, y eso no se debe a que haya llegado a los 100 años. Tampoco se puede decir que la quiera porque la haya tratado mucho en mi vida, nos separan más de mil kilómetros, así que por desgracia siempre nos hemos visto poco, como mucho una vez al año.

Mi abuela vive en Jerez de la Frontera, una ciudad de tradiciones. Vive en una casa muy bonita, con su patio lleno de plantas, soleado en invierno y fresco y protegido del sol en verano. Hay que escalar una escalera de mármol para llegar a la planta noble. Y lo de escalar no es una exageración, su pasamanos de madera casi casi es imprescindible en el ascenso. Ella las subía y bajaba hasta hace poco.

Arriba, el pasillo rodea el patio. Primera puerta, la sala de estar. En la sala está la tele, la mesa con el brasero y su sillón, aquí se pasa muchas horas. En esta sala se hace vida, aquí se decide, se merienda, se cena los pocos días que no hay visita, se duerme la siesta...


Entrar en la sala siempre era entrar en el caos. Mientras unos miran la tele, con el volumen al máximo, otro dormita en un sillón o en el sofá, dos más mantienen una conversación inaudible, y en medio de todo mi abuela, sentada en su sillón, leyendo, metiéndose en la conversación y explicando cosas de los que hablan en la tele. Entran nietos, hablan con la abuela, salen. Y no os imaginéis a una de esas mujeres almodovarianas, nerviosa, casi al borde de un ataque de nervios. Ella emana paz, todo en ella es tranquilidad y armonía.


Mi abuela siempre ha tenido palabras llenas de amor, incluso cuando te alecciona sobre un tema lo hace con tanta gracia y amor que no puedes enfadarte con ella. La mayoría de sus conversaciones las termina con una sonrisa y un guiño, y, si toca, un “anda y no seas tonta, claro que sí mujer”. Su sonrisa y su risa siguen llenas de pillería, como las de un niño. Cuando te guiña el ojo le salta una risita y se encoge de hombros cual infante al reír, mientras sus ojos brillan llenos de vida.


Que mi abuela haya llegado a los 100 años no es un misterio. El misterio para mi siempre ha sido cómo en una ciudad llena de tradiciones, una mujer tan devota, viuda, madre de 6 hijos, que habita una casa llena de antigüedades podía ser tan moderna. Siempre he pensado que se debe a todo lo que ha vivido y a su increíble manera tomarse la vida. Siempre positiva, nunca negativa. Siempre curiosa y atenta a todo. Si se puede se hace y si no se puede pues no se hace, y sin corajes. Nunca busca el lado malo de la gente, pero tampoco lo niega, cada cual es como es, pero ella siempre te remarcará todo lo bueno, lo malo a lo mejor se dice, pero no se juzga. Eso sí, al servicio, cuando son nuevos siempre los marca bien, para que las cosas se hagan como ella quiere, que por algo es la señora de la casa y la cabeza la tiene bien clara y sobre los hombros, algunos duraron pocos días. Llorar nunca la he visto llorar, y me cuenta mi tía que mi abuela nunca llora, nunca. Así que su manera de tomarse la vida, un lujo hoy en día, la hacen ser como es. Mi oasis.